- En la opinión de Chelsea Guzmán
La serie del Caribe va llegando a su fin, sin duda este evento ha despertado las emociones de todos los habitantes en Miami.
Que increíble y gran experiencia para todos los participantes del torneo poder tener los juegos en un estadio de MLB, ver tantas caras conocidas del medio periodístico cubriendo dicho evento, jugadores viviendo el sueño y familias reencontrándose.
Los sentimientos que genera el deporte en general son de otro nivel, la pasión con la que muchos viven cada minuto se puede percibir y ver en los rostros de todo aquel que voltees a ver, no importa si es un extraño, la emoción está ahí a flor de piel.
Dentro del beisbol se encuentran diversas historias, tristes, felices, de superación, dolorosas, pero todas coinciden en que nadie involucrado en el medio haría algo diferente a esto.
El miércoles después de 72 años se escribía la historia, los Tiburones de Guaira lanzaban el apenas segundo juego sin hit ni carrera de la historia en la Serie del Caribe. El zurdo Ángel Padrón se despertó sin tener idea lo que vendría para más tarde. Sí sí, el originario de san Cristóbal declaró para una entrevista en IVC “me avisaron por la mañana que yo era el abridor, pero se habló de dos entradas para ayudar al bullpen”, quien sospecharía que por la noche estaría haciendo historia en Miami; y como muchas veces ocurre, la defensa también se hizo presente para regalarnos jugadas de “estrellita dorada en la frente” para poder bañarse de gloria.
Fueron caminando uno, dos, tres, cuatro, cinco innings y es entonces cuando creo que puede existir la sospecha de que se viene algo importante. Las miradas se hacen presentes en el dugout entre todos, mientras se sobreentendía que había que darle espacio al zurdo, sobre todo que no había un solo error o boleto. Caminó también el sexto rollo, y otra carrerita caía para Venezuela, el line up se hacía presente nuevamente, había un colchón en caso de que la ofensiva de Nicaragua despertara.
Séptimo episodio, y Ramón Flores jardinero de Bravos de Margarita en invierno (el funge como refuerzo) y escarlata en verano en la Liga Mexicana de Beisbol, fildeaba una pelota que realmente amenazaba con caer… Padrón a los lejos le aplaudía mientras regresaban al dugout; son estas jugadas las que te hacen sospechar que puede darse un perfecto, porqué sí, en ese momento el venezolano estaba rozando la perfección. Nadie todavía llegaba a la primera colchoneta, y esa espectacular atrapada culminaba el famoso lucky seven, el de la suerte para unos y el de las desgracias para otros.
Con más de dos tercios de juego que son historia, realmente sientes esa adrenalina, los nervios, la emoción que te da saber que puedes ver una de las hazañas que seguro es de las más difíciles de conseguir.
Se sabe que si uno está mirando un perfecto o sin hit, uno se calla, se lo guarda porque aquellos supersticiosos como yo no nos perdonaríamos “salar” un momento de esa magnitud; muchos otros que no creen en eso, lo dicen al aire, lo escriben en redes y lo comentan en corto con el o la de a lado.
Todos los presentes en LoanDepot Park sabían lo que sucedía. Las tomas para televisión mostraban a un Ángel Padrón sentado en el dugout con su brazo de lanzar cubierto con una toalla mientras que sus compañeros estaban a la distancia en lo de siempre, hablando entre ellos del juego, mirando de reojo al zurdo, los que juegan defensa con el mismo objetivo y lo que estoy casi segura que se dijeron “hey, todo lo que venga cerca, se pelea”, “ajá, Chelsea, ¿Y tú cómo puedes saber eso?” Bueno, eso mismo se dijeron los muchachos en Macuspana cuando Yoennis Yera lanzó sin hit, pero esa será una historia para después.
Los tiburones saltaron al terreno buscando seis outs para tratar de conseguir el juego perfecto, pero los dioses del béisbol no lo quisieron de ese modo y el pitcher abrió el episodio con base por bola, el encanto se había roto pero todavía a los fanáticos nos quedaba el sin hit, los siguientes bateadores se fueron en orden incluida una doble matanza.
En la parte baja del octavo rollo, los Tiburones querían más carreras y fabricaron cinco con producciones de Reginatto, Escobar, Arcia y Herrera; vendría un roletazo de doble play y se terminaba el inning. Venía ya la apertura del noveno episodio, se respiraba la tensión del estadio hasta mi casa, y entonces las preguntas siempre son “¿lo lograrán?” “¿Cómo debería trabajar a los bateadores?” “¿Nicaragua tratará de romper el sin hit sea a cómo sea?” Mi cabeza daba mil ochocientas vueltas y la transmisión regresaba, ahí estaba la defensa con todos en su lugar, Padrón en el centro del diamante, recibía la señal de su catcher y empezaba la agonía de los últimos tres outs, que nervios, que estrés para mí al menos.
Out veinticinco, ponche sin tirarle para Miranda. López venía a tomar turno y entonces enfocaban que había gente trabajando en el bullpen, nada más y nada menos que Thiago Da Silva, seguro sólo alguna sesión de trabajo, el zurdo había estado bastante económico; salía una línea hacía la segunda y ahí estaba, el ex grande ligas Escobar con el out veintiséis en su guante y venía el out más difícil en todo juego, el número veintisiete. Todos en el parque de pie, y venía el que podía ser el último bateador; yo no quería moverme del lugar donde estaba, por mera cábala y esas ideas que uno adapta cuando se dedica a esto, y entonces salía el batazo, era un rodado lento a las paradas cortas y en la ruta del 6 al 3 se acaba el juego y el sin hit se escribía en el libro de la historia de la serie del caribe, que noche tan especial y mágica, las lágrimas en Padrón eran visibles.
En diversas entrevistas el zurdo mencionaba claro de su felicidad, y a los amigos de “Con las Bases Llenas” les platicaba que en los sueños que alguna vez compartió con su familia estaba el lanzar nueve entradas en blanco y también un sin hit. El segundo lo había conseguido un miércoles por la noche, después de un invierno difícil, donde Aragua consideró que no necesitaba sus servicios, lo envió a La Guaira, y quien diría que iba a ser parte de la historia de los Tiburones, y es que estoy segura que así tenía que ser.
Por otro lado, el famoso “Chevale” que llegó como refuerzo con los Tiburones en el round robin, parece ser que se ha convertido en el amuleto de la suerte para los venezolanos, se rompió una sequía de 38 años sin título alguno en la LVBP y ahora el no hitter, y es con estas historias que realmente uno se pregunta “¿cómo podrías no enamorarte del beisbol?” Es imposible no dejarte seducir por su magia.